sábado, 3 de noviembre de 2012

Carta a un político

      Pregunta usted por los problemas actuales, los cuales son atribuidos por parte de los ciudadanos a la democracia en sí, y más concretamente a la clase política. ¿Mi opinión? Para serle sincera, me es imposible resumirla en una hoja, pero haré lo posible.

       Para empezar, y desde la humildad, creo firmemente que los problemas actuales tienen una gran relación con nuestra Constitución. Sí, es la ley de leyes, la que rige nuestra sociedad, pero qué quiere que le diga, fue redactada por una serie de hombres que en su mayoría ya han fallecido, en un contexto muy distinto al actual y para regir a una población que, obviamente, ha cambiado muchísimo desde entonces. Con ello quiero decir, aunque creo que es fácilmente deducible por lo que he expuesto, que me parece absolutamente necesaria una reforma de nuestra Constitución.

      En segundo lugar, y nuevamente desde mi relativa ignorancia, le diré que hace tiempo que la sociedad española, a mi parecer, ha perdido la fe, por llamarlo de alguna forma, en las instituciones. Tras la multitud de casos de corrupción política, de la puesta en libertad de personas que han blanqueado miles de millones de euros, de la manifiesta influencia de los políticos en medios de comunicación y justicia, de los fallos de los tribunales a favor de altos cargos de partidos y empresas, del poder de los mercados y de los bancos en la dirección de nuestro país, de la vergonzosa actuación y participación por parte de miembros de la propia Casa Real en operaciones fraudulentas que una gran mayoría de la población consideramos que no tendrán repercusión negativa alguna en dichos miembros, etc., no puede usted esperar que sigamos confiando en que la justicia es igual para todos, en que el Gobierno y los partidos velan especialmente por el bienestar de los ciudadanos y en que priman los derechos y libertades básicos, así como los deberes, del pueblo sobre los intereses de unos pocos. Tíldeme si lo desea de ilusa, de superficial si quiere, pero desde luego no se nos demuestra algo distinto.

      En tercer lugar, es para mi evidente, aunque probablemente usted no lo considere así, que la clase política precisa de una renovación. Los líderes de los partidos son personajes rancios, muñecos sin voluntad propia que parecen bailar al son de la música que tocan ciertos grupos de poder. Obviamente, esto también se aplica, y como ya he dicho en mi humilde opinión, al resto de la cúpula de los partidos, independientemente de su ideología. Creo que es necesario que los políticos evolucionen, adaptándose a los nuevos tiempos y a la nueva sociedad española, porque le aseguro que la impresión que nos crean, si bien puede ser errónea, es la de unas gentes aún ancladas en la Transición. Y querido señor mío, de eso hace ya más de 30 años, por muy decisiva que fuera para la instauración de la democracia en España.

      Obviamente, no podemos culpar únicamente a los políticos. Al vivir en una democracia, es el pueblo el que elige a sus gobernantes; evidentemente, es uno de los pilares básicos de este régimen. De modo que tampoco podemos clamar a los cuatro vientos que es la clase política la única responsable de esta crisis. La desafección ciudadana ha sido un factor, a mi parecer, decisivo en la situación a la que hemos llegado, y por supuesto que, como pueblo, debemos entonar el mea culpa. No obstante, es indignante que se ignoren como se hace las demandas de la población una vez esta ha despertado de su letargo, coartando nuestros derechos y libertades básicos. Y repito: esto es independiente de la ideología de cada partido.

      Aquí me gustaría transmitirle mi opinión sobre nuestra bien amada Unión Europea, a la que con tanto esfuerzo nos unimos y que tanto esfuerzo nos está costando seguir en ella. No le voy a decir que ha sido un tremendo error adherirse a la comunidad europea, pero para serle sincera, y le admito que por supuesto nos ha reportado numerosos beneficios en muy diversos ámbitos, creo que la Unión Europea empezó a fallar en cuanto se dividió en una Europa de dos velocidades en la que ciertos países tienen más poder, tanto económico como político, que otros. No veo igualdad, por muy utópico que pueda sonarle, por ninguna parte. El tema de la nueva moneda, el euro, que tan lucrativo sería para todos, perfiero, si no le importa, dejarlo a un lado. Daría para un libro entero hablar únicamente de las mentiras dichas sobre ello y los problemas que nos ha causado.

       Finalmente, querría añadir una puntualización, un término que un profesor mio nos explicó hace algún tiempo: democracia poliárquica. Evidentemente, puedo haber entendido mal el concepto, pero creo que hace referencia a una democracia imperfecta, a aquella que no es una auténtica democracia. Resulta obvio que alcanzar una democracia real, perfecta, es imposible, pero en mi humilde opinión creo que en el caso de España hemos ido más allá de la propia democracia poliárquica, hasta el punto que me es imposible incluir nuestro régimen en alguna de las clasificaciones que el profesor nos mostró. Y, si bien es probable que esto se deba, como ya he dicho con anterioridad, a mi propia ignorancia y a lo ilusa que puedo llegar a ser, me aterra observar el declive de mi propio país, la humillación de mis conciudadanos, el atraso que se está produciendo en nuestra sociedad, la barbarie a la que nos someten los mercados y la inactividad de nuestros políticos.

      He aquí, pues, y a grandes rasgos, mi opinión sobre los temas actuales. Habrá observado usted que no he dado ninguna solución concreta, ninguna propuesta. Espero que comprenda que me es imposible hacerlo en tan poco espacio. Deme unas cuantas hojas más, y las tendrá.

AST